EXPOSICIÓN ITINERANTE
Estu eta larri. Con el agua al cuello
La exposición fotográfica “Estu eta larri. Con el agua al cuello”, está compuesta por 12 paneles y una serie de videos que recogen más de 400 imágenes, la mayoría de ellas inéditas, que plasman la angustia y el terror que vivió Euskadi y en especial Bilbao.
El 26 de agosto de 1983 la Aste Nagusia de Bilbo pasó en menos de 24 horas de la fiesta a la tragedia. Una tromba de agua de 600 litros por metro cuadrado se fue transformando en un alud mortífero que arrastraba a su paso las laderas de los montes, árboles, edificios enteros derrumbados, más de cinco mil vehículos destrozados, industrias arrasadas y un balance de pérdidas humanas de 34 muertos y cinco desaparecidos. Los aguaceros que comenzaron en Gipuzkoa, con inundaciones descontroladas, eclosionaron en Bizkaia con una fuerza destructiva no conocida hasta la fecha.
La tragedia se inició en varios puntos, pero especialmente en el valle de Aiala y en Busturialdea. Se comenzaban a sufrir los primeros embates de la “gota fría” que fue derribando las laderas de los montes circundantes y alimentando en caudal del río Nervión que en su curso hacia Bilbao se convirtió en una lengua de lodos y amasijos de industrias y edificios que llegó a la capital Bizkaia como un alud destructivo que dejó la ciudad como un paisaje apocalíptico.
En Busturialdea, la localidad de Bermeo quedó prácticamente arrasada y aislada durante tres días. Todos los montes aledaños vomitaron sobre el río Artigas toda la ira de las aguas que arrasaron conserveras, edificios, coches, mobiliario urbano y todo lo que hallaban a su paso. Las aguas inundaron el parque de la Lamera socavando los cimientos del Casino cuya estructura no soportó el embate.
La ola letal del Nervión que avanzaba hacia Bilbao se unió al caudal del Ibaizabal multiplicando su fuerza destructora. Las primeras consecuencias la destrucción de gran parte del barrio de La Peña. Las estructuras de mecano-tubo de las txosnas instaladas en El Arenal tornaron en amasijos de hierros contribuyendo al dantesco espectáculo. Todo el arrastre del cauce de los ríos sumergió en Casco Viejo bajo las aguas y dejó un poso de medio metro de lodo y escombros.
Pero en medio de esta catástrofe sin precedentes emergió de las aguas un sentimiento de solidaridad. Miles de voluntarios autóctonos y foráneos, se unieron durante semanas a las tareas de limpieza y reconstrucción. La solidaridad se extendió a otras zonas del Estado que enviaron personal y equipos para ayudar en las labores. Las instituciones movilizaron a todos sus trabajadores y aportaron los materiales a todos los voluntarios, que en muchos casos y ante los riesgos para la salud recibieron también vacunas antitetánicas.